La amnesia de Xi Jinping: así aplastó, desterró y encarceló Mao Zedong al presidente de China y a su familia
Su padre fue despedido del Gobierno y enviado a prisión, su hermana se suicidó por los ataques de los comunistas y él mismo fue desterrado y condenado a trabajos forzosos, a pesar de los cual, Xi se ha convertido en el mandatario más autoritario desde 1949

Tal y como anunciaba ABC, el XX Congreso del Partido Comunista que este domingo arrancó en Pekín para que Xi Jinping se perpetúe en el poder. Será la confirmación de la deriva autoritaria que el presidente de China ha impuesto en el país ... y que ya le convirtió en el mandatario más poderoso desde Mao Zedong hace ya cuatro años. Un cambio histórico que él mismo provocó entre 2017 y 2018, al acabar con el liderazgo colectivo que caracterizaba al régimen desde la muerte en 1976 del 'padre de la patria'. El objetivo: perpetuarse en el poder.
Tras reformar la Constitución de 1982 para eliminar el límite de dos mandatos presidenciales de cinco años, Xi va a seguir al mando después del mencionado congreso y más allá de la Asamblea Nacional que se celebrará en marzo de 2023, justo cuando debía retirarse. Acababa así con una medida que había sido respetada escrupulosamente por sus dos antecesores –Jiang Zemin (1993-2003) y Hu Jintao (2003-2013)– para evitar los desmanes personalistas de la época de Mao que costaron millones de vidas en el 'Gran Salto Adelante' (1958-62) y la 'Revolución Cultural' (1966-76).
Hace un año, el profesor Jean-Pierre Cabestan, experto politólogo de la Universidad Baptista de Hong Kong, explicaba a nuestro corresponsal en China, Pablo M. Díez, que «ya no queda espacio para corregir los errores (y crímenes) pasados ni cuestionar las políticas equivocadas» del gigante asiático. Por ese motivo, «el siglo ininterrumpido de vida del Partido Comunista chino llega a una nueva era, la dictadura de Xi». El actual presidente parece haber olvidado que muchos de esos «crímenes» los sufrió precisamente él mismo y su familia, lo que no ha impedido que él mismo lo haya emulado en los últimos años en lo que a concentración de poder se refiere e, incluso, en la recuperación de su memoria. La memoria de su represor.
Xi nació en Pekín, en 1953, cuatro años después del nacimiento de la República Popular China. Creció en un ambiente privilegiado de dinero, estatus social y poder, pues su padre, Xi Zhongxun, era un miembro destacado de la primera generación de revolucionarios. De hecho, muchos expertos lo incluyen entre los llamados «8 inmortales», es decir, los principales héroes de la revolución de 1949. Vivió, por lo tanto, en la más absoluta felicidad, hasta que, en 1962, su padre fue acusado de deslealtad y, pese a ostentar el puesto de viceprimer ministro, enviado a trabajar como peón a una fábrica de tractores en Luoyang. Xi Jinping tenía 9 años.
El suicidio de su hermana
El castigo no solo fue despiadado, sino que no terminó ahí. Poco después, los temidos 'guardias rojos' encarcelaron al patriarca y destruyeron su residencia familiar, un trauma que empujó a su hermana Xi Heping al suicidio. Uno de los eslóganes utilizados en aquella época por este violento movimiento de masas, el cual se tomaba la justicia por su mano, fue: «Si el padre es un héroe, también lo es el hijo. Si el padre es un reaccionario, el hijo es un bastardo». Y, efectivamente, como Xi Zhongxun fue señalado por Mao, su familia no tuvo escapatoria.
Según cuentan sus compañeros de clase, no fueron pocas las veces en que el actual presidente de China estuvo a punto de recibir palizas por ser hijo de un comunista caído en desgracia. «De joven era bastante necio y no toleraba ningún insulto, por lo que me enfrenté a muchos radicales, mientras ellos me culpaban de todo lo que estaba mal», reconoció en una entrevista hace un cuarto de siglo. En 1969, cuando cumplió 17 años, la violencia se volvió aún más en su contra al ser condenado al exilio rural en Liangjiahe. Allí pasó siete años, entre las colinas de este remoto pueblo donde llegó como uno de los millones de estudiantes enviados a trabajar el campo durante el fervor ideológico de la Revolución Cultural.
En otra entrevista recogida por Nicolás Santo en 'Un tango con el dragón' (Penguin Random House, 2018), el presidente de China recordó que, al subirse al tren que lo llevaría a su nuevo hogar, quienes estaban a su lado lloraban desconsoladamente por el trabajo semi-esclavo que les esperaba al llegar a su triste destino. Él, sin embargo, aseguró que iba sonriendo. «Si no me iba, no sabía si sobreviviría», confesó. En Liangjiahe Xi vio la extrema pobreza sin filtros y se convenció de que haría algo para cambiar su situación.

De la pobreza a la élite
Sabía perfectamente que pasar de la pobreza a los círculos de la élite sería más llevadero que pasar de la élite a la pobreza, tal y como le había ocurrido a él, así que se puso a trabajar. «No fueron pocos los baños sucios que le tocó limpiar a Xi Jinping de joven. Después de casi cinco años sin ver a su padre, el día que lograron reunirse nuevamente gracias a la ayuda del entonces primer ministro Zhou Enlai, Xi Zhongxun no lo reconoció. Los años de aislamiento, interrogatorios y castigos le habían causado daños irreparables», cuenta Santo.
A los 24 años abandonó su destierro y, tras completar sus estudios universitarios, inició su carrera política. Pronto se labró la reputación de político honrado y escaló puestos en la administración local y regional a una velocidad de vértigo. Parecía haber olvidado los estragos que el régimen comunista había causado en su familia y, en octubre de 2007, fue incluido en el Comité Permanente del Politburó como heredero oficioso. Los motivos exactos de su elección siguen siendo un misterio. «Xi había surgido como el candidato de compromiso [...]. Era un funcionario experimentado de linaje impecable y aceptable para las dos facciones dominantes», escribía Richard McGregor en su libro 'Xi Jinping: The Backlash' (Penguin/The Lowy Institute, 2019).
Xi Jiping, además, se casó en segundas nupcias con Peng Liyuan, una carismática cantante lírica que se había hecho famosa en China mucho antes de que él fuese presidente. Apenas comenzado su mandato, resultó evidente que, a diferencia de sus antecesoras, la artista no tendría un perfil bajo. Por el contrario, cumpliría el papel de primera dama de la misma forma que lo hacían la esposas de los presidentes de Estados Unidos. Eso la convirtió en la primera esposa de un mandatario en tener un rol público desde los tiempos de Jiang Qing, la cuarta y sanguinaria mujer de Mao Zedong. De nuevo, la familia Xi siguiendo la estela de su represor.

La tumba de Xi Zhongxun
Hoy, cerca de la vieja capital imperial de Xi'an, en el centro de China, hay una tumba de gran tamaño e importancia situada en un parque gigantesco: la de Xi Zhongxun. Incluye una estatua desmesurada del fallecido y represaliado héroe de la revolución, con una gran placa en la que figura una frase pronunciada en 1943, por, curiosamente, Mao Zedong: «Los intereses del Partido son lo primero». Jinping no solo lo permite, sino que, cuando llegó al poder, recuperó tradiciones como las sesiones de autocrítica, uno de los principales instrumentos del 'Gran Timonel' para controlar las ideas de sus súbditos a principios de los años 40.
También ha revivido términos maoístas como la 'línea de masas', que supuestamente promueve las críticas a los funcionarios desde la base, y la 'rectificación', el método seguido por la revolución para forzar que los miembros del Partido Comunista volvieran a la senda de la disciplina. Xi, además, ha reinstaurado las «aspiraciones originales» de los primeros dirigentes, en especial las de Mao Zedong, que serían los modelos a seguir por los dirigentes para lograr la pureza y el éxito político. Por último, el año pasado, durante la conmemoración del centenario de la fundación del partido, hubo una avalancha de eslóganes de propaganda como no se veía desde la época de Mao.
Xi ha creado, en definitiva, un aura casi religiosa en torno al líder que recuerda a la devoción por Mao, calificando al presidente como el genio que ha conseguido erradicar la pobreza. Además, al igual que hizo Zedong en los años 40, también ha intensificado el control del partido y ha centralizado el poder en su persona. El presidente cree que, para mantener unida a la República Popular China, el Partido Comunista debe seguir enarbolando la bandera del maoísmo: «Si perdemos a Mao, perdemos la gloriosa historia del Partido», reza una placa conmemorativa impuesta recientemente por él.
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